Hace ya unos cuantos años, en una disertación universitaria a la que asistí como oyente, un académico bien reputado hablaba sobre la saga de películas de Alien. “Como saben”, empezó, “Alien es una metáfora sobre la violación”. En su mundo posible, estaba poniendo a conversar a la teniente Ellen Ripley, el personaje interpretado por la actriz Sigourney Weaver, con San Sebastián, el santo que comparten la iglesia católica y la ortodoxa: en ambos casos, tanto para Ripley como para Sebastián de Milán, se trata siempre del gesto de quien dice que no.
El primer problema lo planteaba la marca textual inicial: “Como saben”. Eso es un modalizador epistémico, o lógico-epistémico, mediante el cual se asume un lugar de verdad, objetividad, conocimiento, certeza. Por ejemplo: evidentemente, es sabido, por supuesto, está claro que, sin duda, etcétera. En este caso resultaba más ladino. Porque involucraba a la segunda persona del plural: como (ustedes) saben, Alien es una metáfora sobre la violación. Una interpelación que conducía al segundo problema. Yo no lo sabía. ¿Por qué debería saberlo? ¿Alien es una metáfora sobre la violación? ¿Desde cuándo? ¿Cómo pasó eso? ¿Cómo llega alguien a semejante conclusión?
Mi primera reacción fue la que solemos tener frente a algo que nos desorienta o nos desconcierta: pensar que todos los demás son idiotas y reafirmar las cosas que sabemos o que creemos saber. Modalizador epistémico o no, yo sabía, al menos, que Alien no era una metáfora sobre la violación.
Salí pensando en todo eso. De seguro iba refunfuñando y pateando piedritas. Alien podía ser una metáfora de muchas cosas pero no de una violación. Estaba enojado. Más que eso, estaba ofendido. En el sentido de que asumía como ofensa la desestabilización de mi universo concluso y seguro, dado por sentado, algo que era como era y ya. Puede que tuviera poca o ninguna idea de quién era San Sebastián, pero sí creía conocer bastante bien las películas de Alien. Sin mencionar los comics y los spin-off, los videojuegos y las novelas. Pero mientras más lo pensaba, menos refunfuñaba y al final casi no pateaba piedritas. Para cuando acabé mi caminata, luego de recordar al bicho penetrando personas por la fuerza, incluso cuando dormían o estaban desmayadas, fecundándolas o matándolas, cuando recordé que a las víctimas las obligaban a parir contra su voluntad y que llegaban a suicidarse con tal de no hacerlo, ya tenía bien puesto el sayo del modalizador lógico-epistémico: todos sabemos que Alien es una metáfora sobre la violación.
Al parecer no había prestado toda la atención que suponía. Aquello estuvo dicho desde el principio. La película de Ridley Scott se estrenó en 1979 y al año siguiente ya había publicaciones, simposios, estudios, libros sostenidos en la premisa de que, como saben, Alien es una metáfora sobre la violación. Pero no todos podemos saberlo todo. A veces prestamos atención a otras cosas. O no prestamos atención a nada. Quizás valoramos menos las metáforas que los saltos en la butaca cuando el bicho le rompe la caja torácica a alguien que un momento antes afirmaba sentirse muy bien.
Pensar en Alien como una metáfora sobre la violación puede ser una buena estrategia para acercarse a muchos temas urbanísticos. Siempre que quitemos del medio a los modalizadores lógico-epistémicos, o que, al menos, los tratemos con cuidado. No todos podemos saberlo todo.
Ejemplo de tema urbanístico: sacar a los automóviles de las calles de las ciudades. En cuanto se lo plantea es posible ver cómo el rostro de casi cualquier circunstancial interlocutor asume una expresión específica: ofensa. Como si le dijeras que Alien es una metáfora sobre la violación. La idea de que las calles de las ciudades no existen para uso exclusivo de los automóviles atenta contra algún principio primordial de organización de la vida, ya no en un sentido social, o político, sino existencial, primario. Algo elemental. Piensen en los dibujos infantiles del entorno cotidiano, como los que siempre se ven pegados en las paredes de las escuelas. Hay una composición básica. La línea del horizonte, sobre ella una casa, junto a la casa un árbol, quizás flores, quizás un perro, el sol en el cielo y un auto que pasa por la calle. Decir que se trata de un hecho naturalizado es quedarse corto. Es el trazado elemental del universo. Por eso tantos automovilistas no son capaces de asimilar que la calle pueda compartirse con ciclistas, o que en el rectángulo junto a la acera que asumen naturalmente creado por dios para estacionar sus automóviles puedan ponerse mesas de una cafetería, o que en un incidente en un cruce de esquinas se cuestione la equivalencia de responsabilidades entre alguien que pasea distraídamente a pie pensando en Alien y alguien que conduce distraídamente hablando por teléfono sobre dos toneladas de mierda con ruedas. Nada de eso parece aprehensible a la primera. La reacción inicial contra cualquier argumento que atente contra ese universo cerrado y concluso es de desorientación o desconcierto, refunfuños, patear piedritas, la reafirmación de lo que se sabe o se cree saber, más que un enojo: una ofensa.
Por eso es bueno pensar en Alien como metáfora sobre la violación. O en cualquier Alien-como-metáfora-sobre-la-violación que cargues en tu biblioteca. O en tu ropero. Porque te obliga a recordar que no es tan fácil cuando tu mundo concluso se desquebraja. Eso contribuye a dejar de lado el modalizador lógico-epistémico. Que es el primer paso para que las cosas que queremos cambiar, urbanísticas o no, en efecto cambien.
[x] Fotos de Marcelo Pisarro (menos la de Alien).